«Soltar las hojas para vestirte de primavera»
La borrasca Filomena empieza a descansar sobre el asfalto, los coches, los alféizares, las cornisas y sobre las copas de los árboles.
El sábado fue un día extraordinario, casi que extraterrestre. Madrid cerrado y las calles a rebosar de movimiento, calles que si no conoces bien, no distinguirías. Todas blancas, decoradas con muñecos de nieve y lamentablemente con árboles caídos sobre coches.
Mientras caminas ves a personas enfundadas en esquís, tablas de snow y raquetas para hacer esquí de fondo. Ves a gente esquiando por la calle Arenal y a todos con mascarillas. Juro que si me llegan a mostrar una fotografía del panorama un año atrás me reiría y diría con total convicción: ¡evidentemente esto no va a pasar!
Realmente me quedé fascinada pensando que la realidad supera la ficción.
¿Acaso tenemos el control sobre algo?
Pensamos que sí, que poniendo normas, establecemos orden y control. Pero todo apunta a que tener el control es una falacia. Llega a ser abrumador percatarte del verdadero poco manejo que tenemos sobre la vida y las circunstancias. Empiezo a pensar que el mejor arma no es agarrar, querer controlar, empujar y forzar para que lo que sea que quieras, se cumpla como esperas, pues te puedes dejar las garras, los músculos y hasta el alma en ese intento que probablemente sea en vano o tengas que pagar un precio muy alto.
Entonces qué, ¿abandonarse al devenir? ¿Resignarse?
No diría eso, pero sí entregarte y aflojar. Soltar y saltar. Saltar y soltar. Y bailar.
Lao Tse tiene un pasaje muy certero en el Tao Te Ching que viene a hablar de eso, de que en la vida más que rígido y duro, hay que ser flexible para poder adaptarse a las vicisitudes de la vida, sino te parte el viento. Dice así:
Los hombres nacen suaves y blandos;
Muertos, son rígidos y duros.
Las plantas nacen flexibles y tiernas;
Muertas, son quebradizas y secas.
Así, quien sea rígido e inflexible
Es un discípulo de la muerte.
Quien sea suave y adaptable
Es un discípulo de la vida.
Lo duro y rígido se quebrará.
Lo suave y flexible prevalecerá.
Un ejemplo que se me ha hecho evidente con la nevada de Filomena.
¿Qué árboles son los que se han caído, qué ramas se han partido?
Sobre todo aquellos que tenían hojas perennes o agujas, como los pinos, vamos, aquellos que no soltaron sus hojas en el Otoño y que ahora cargaban con más peso, un peso que les ha partido. Mientras, los árboles que soltaron sus prendas y lucían desnudos y ligeros, han podido acoger los copos de nieve y mantener el equilibrio.
Entendí -aunque no pocas veces se me olvida- que es necesario soltar, dejar ir, aflojar y entregarse a lo que la vida te trae -y te quita-, y desde esa ligereza y flexibilidad, poder adaptarte lo mejor posible. Y recalco aquello de «lo mejor posible». También sería bueno poder soltar la exigencia de la perfección, de hacerlo perfecto, bien o mal, y centrarse en hacerlo «lo mejor que puedas» y con amorcito hacia ti, no pidiéndote más de lo que entra dentro de tus posibilidades.
Como al parecer dijo un psicoanalista, -un tal Hoffmann, que podría traducirse como hombre de la esperanza-, «si el Ideal de uno es caminar sobre el agua, siempre va a fracasar y siempre se va a vivir como insuficiente». Y además, si en lo que te empecinas es en caminar sobre el agua, jamás aprenderás a nadar.
Hay veces que puedes sentir que si aflojas te derrumbarás, te deprimirás, sucumbirás y te resistes a ello, te resistes a dejar caer las hojas. Accionando, aunque sea desde el empuje crees que controlas, que lo manejas, que está en tus manos… pero es una ilusión, una trampa que nuestra mente necesita hacerse para no sentirse tan indefensa. El asunto es dejar de pensar que por dejar fluir, ceder y soltar estamos indefensos. No, sería todo lo contrario: si aceptamos la realidad hay algo que se libera, que abre un espacio nuevo a la experiencia, tomando la realidad y respondiendo en base a lo que realmente hay. A veces, cuando aceptamos -que en muchas ocasiones no es tarea fácil- véase por ejemplo en los duelos, nos liberamos. Algo se relaja, queda en paz. Y desde ahí, desde la no-pelea, la no-resistencia, se puede coger fuerzas y remontar el vuelo.
Quizás haya que parar, hibernar y coger fuerzas porque todo cambia, nada permanece y después del invierno, siempre vuelve la primavera.
Quizás no haya que temer la caída, sino confiar en la capacidad de volver a levantarte.
Así que suelta, baila, inspira, expira, llora, afloja y acepta que en invierno está bien soltar las hojas, coger fuerzas para luego poder vestirte de primavera.
