
{Dios mío, dame la Serenidad de aceptar las cosas que no puedo cambiar, el Valor de cambiar las cosas que puedo cambiar y la Sabiduría para conocer la diferencia}.
-Anónimo, atribuído a M. Aurelio-
Pudiendo tomar u obviar la mención a Dios, éste pasaje me parece muy interesante.
¿Cuántas veces queremos cambiar las cosas o nuestros estados vitales o anímicos?
¿Cuántas veces nos queremos cambiar a nosotras/os, hacer lo que se ha puesto de moda y «sacar la mejor versión de uno mismo»?.
¿Qué mejor versión? ¿A ojos de quién? ¿Quién evalúa si hemos completado la descarga exitosamente, nuestra versión mejorada?
Muchas veces somos nosotras/os mismas/os las/los que construimos nuestro propio Ideal a alcanzar; imaginamos el cuadro perfecto y diseñamos lo que debería ser nuestra vida, lo que debiéramos alcanzar para entonces, sí que sí, ser felices. Siempre detrás de la zanahoria…
Por supuesto que la estética del cuadro que proyectamos sobre nosotras/os mismas/os y nuestra vida está influenciado por las exigencias externas: familiares, políticas y sociales, pero nosotras/os le añadimos aún más ornamentos.
Sería bueno poder diferenciar el deseo, el propósito y la ilusión -aspectos que nos vitalizan y motivan-, del Ideal que debe cumplirse sí o sí y que nos lleva a la exigencia desmedida y a la merma de nuestra autoestima. De ese Ideal voraz que nos somete y que cuando llega a una meta ya está pensando en la siguiente, sin poder pararse a celebrar y festejar lo hasta ahora alcanzado, es en lo que me quiero centrar aquí.
Muchas veces nos ponemos metas inalcanzables, desmedidas, «mágicas», que solo se podrían lograr desde la omnipotencia, y sin embargo nos exigimos alcanzar dichas metas, dichos Ideales, por lo que, al ser desproporcionadas, acabamos sintiéndonos frustradas/os, decepcionadas/os y avergonzadas/os de nosotras/os mismas/os.
No pocas veces me encuentro en consulta a personas que sufren considerablemente porque no llegan a alcanzar sus propios Ideales autoimpuestos y muchas veces imposibles.
Quizás sería bueno retomar el pasaje inicial: «dame la serenidad de aceptar las cosas que no puedo cambiar». Hay cosas, muchas -en la situación actual de pandemia y restricciones lo estamos pudiendo vivencias con mucha claridad- que no están en nuestras manos, aunque lo creamos o deseemos. Cuesta doblegarse y aceptar. No digo resignarse, digo aceptar. Por supuesto que luego hay otras cosas que sí están en nuestras manos y es importante poder tomar consciencia y movilizarse hacia una dirección si ése es nuestro deseo.
¿No es paradójico? Me construyo mi propio imaginario, mi mundo Ideal, donde, si no se cumplen los objetivos, si no acato las exigencias de un Superyó voraz, me frustro y me decepciono conmigo misma/o. Matizaría: más que conmigo, con mis expectativas, convirtiéndome finalmente en esclava de mis propios Ideales porque «nunca es suficiente», siempre hay que llegar más lejos, más alto. La voracidad no encuentra su fin. Todo esto, dentro de nuestra cabeza, sin tornar la mirada hacia el mundo exterior, son cotejarlo con las posibilidades reales.
Bajo esto se esconde una creencia de omnipotencia, de pensar que uno lo puede controlar todo.
Saberse limitado está bien; es lo realista y saludable. No aceptar esta realidad abre varios caminos: hacia la frustración, hacia sentirse en falta, hacia la envidia y al «por qué otros sí y yo no», hacia la rabia, la impotencia o la depresión.
A veces no es cuestión de cambiar o extirpar el dolor aunque sea lo que deseemos, sino que a veces el proceso terapéutico consiste en aceptar y poder tolerar el malestar, de una manera que se haga soportable. Aprender a bailar bajo la lluvia, como se suele decir.
Insisto en que con ello no quiero decir que no haya que tener propósitos y proyectos y que haya que quedarse en la zona conocida, nada más lejos de la realidad. ¡Los deseos y sueños son el motor de nuestra vida!
Lo que sí pienso es que en esos propósitos la valía de uno no se debe poner en juego; «si no logro llegar a una meta que me he propuesto, no me hace menos valiosa/o, menos merecedora».
Tener motivaciones es muy saludable. De hecho procede de la palabra motus, motor, movimiento. Es un motor para la vida, y que así sea, pero también está bien si el motor, en marcha, nos lleva a otros lugares inesperados, que no sean los previamente estipulados.
Que el motor nos ayude a avanzar aunque el puerto al que arribemos sea diferente del esperado a priori. Ponerse en marcha, abierta a lo que venga, sin esclavizarte en lograr sí o sí, tus Ideales, puesto que correrás el peligro de convertirte en tu propia/o esclava/o.
